Muchas veces se llevaron a la pantalla adaptaciones
de los relatos de Julio Cortázar.
Desde realizadores argentinos hasta italianos hicieron versiones,
algunas fieles, otras más libres, de los textos del escritor
de Rayuela. Desde el vamos, hay
una dificultad básica: los relatos de Cortázar
son difíciles de adaptar y las razones son variadas y de mucho
peso. Cortázar fue uno de los
escritores argentinos que más se regodeaba en los pliegues
del lenguaje; escribir era para él una actividad lúdica.
Si bien algunas de sus tramas son sencillas, no pocas veces recurre
a lo inquietante cruzándolo con lo cotidiano. Sus relatos se
basan en el desorden y en la fragmentación, y suponen la existencia
de un lector "cómplice",
un lector activo que pueda unir, coser y descoser un texto para arrancarle
el sentido. Todo este excitante, maravilloso y cotidiano universo
literario es la expresión natural de una particular visión
del mundo. Esa es justamente la esencia que toma Jana
Bokova para filmar Diario para un
cuento.
Fundamentalmente, la película es una muy buena
adaptación libre de una obra que parece inadaptable a simple
vista. Relato con una fuerte carga autobiográfica de parte
de Cortázar, cuenta, a través
de una escritura epistolar, la historia de un hombre que elige vivir
en el Buenos Aires arrabalero de los
años 50, que se enamora de Anabel
-una prostituta a quien nunca podrá olvidar- y que se gana
la vida como traductor y escritor de cartas de amor por encargo que
las prostitutas envían a sus marineros. Elías,
el protagonista, se mueve siempre entre dos mundos sin pertenecer
a ninguno, exiliado interior y exteriormente (una típica característica
cortazariana). Elías se
mueve entre la Europa de la que acaba
de llegar y donde va a terminar y Buenos Aires;
entre el espacio de la clase alta con su novia oficial Susana
y el espacio marginal de su prostituta Anabel,
enriquecido por gángsters, marineros y cafishos; entre el centro
de la ciudad y el puerto.
Lo que hace Jana Bokova
es retomar la esencia del relato acentuando el rasgo autobiográfico,
trabajando con las características principales de los personajes,
con los ambientes porteños (como el prostíbulo, que
es el lugar de los encuentros, del amor, de la traición y de
la contención entre esos hombres y mujeres marginales y desterritorializados),
y sobre todo recreando mediante el lenguaje cinematográfico
el tono de la narración con la misma profundidad y precisión
de la obra literaria original. No hay estereotipos ni frases hechas,
y lo que es aun más ventajoso, no hay en Diario
para un cuento ninguna intención política.
Con respecto a este punto hay algo que llama la atención en
la adaptación de Bokova y es la
inserción de las figuras de Perón
y Evita en la película, que le
sirven para caracterizar la época y recuperar la devoción
de los marginales hacia la imagen "santa" y popular de Evita.
Desechando
la grandilocuencia de los actores argentinos, los exabruptos y los
manierismos exacerbados, se destaca el medio tono que propone el conjunto
de los actores. Germán Palacios
interpreta al eternamente joven Cortázar
(aunque no se llame así en la película) con sobriedad,
rescatando los tonos, los modismos del lenguaje, la bonhomía.
Es asombroso, además, el parecido físico del actor,
quien al final de la película muestra a un Cortázar
que, de regreso en Europa, aparece un
poco, apenas más viejo, más reflexivo. También
Silke, la española, está
bien en su papel de prostituta algo ingenua y, a su manera, fiel.
Resulta interesante la mirada de la directora checa
sobre Buenos Aires. Una mirada pacífica,
placentera que, sin falsificar una tradición donde se cruzan
el tango, los prostíbulos, el barrio
de la Boca, las traiciones y el amor, no exacerba ninguno de
estos tópicos, logrando un producto digno y honesto. Aunque
la película está situada geográfica y humanamente
en un territorio marginal, en ningún momento aparece algún
tipo de estetización de esa lateralidad.
El mayor acierto de Diario para
un cuento es la posibilidad de encontrarnos con una obra que
provoca una agradable sensación de placer a través de
su honesto homenaje que no traiciona ni supera al original literario.
Que no es autocomplaciente, que es digna en su simplicidad y en su
belleza formal. En definitiva, si una de las capacidades del cine
es la de poder mostrar a través de las imágenes una
historia, una ideología, un modo de ser, Diario
para un cuento se juega en esa línea.