Silke Hornillos
no era en 1996 la mujer más bella de España. Tampoco la mejor actriz.
Pero había algo en ella. Algo que se podía vender: Un estilo nuevo.
20 años. 1,74 y 53 kilos. Sangre alemana. Rubia y atlética. Fresca,
mística, independiente. Muy natural. Educada en monjas. Grunge de clase
alta. Niña bien-mal. Y, por si fuera poco, el labio inferior perforado
por un piercing tabú en España; el pelo rojo y el cuerpo tatuado; hablaba
de drogas y homosexualidad con desparpajo; mochila en la India, camarera
en Londres, incluso contaba la leyenda que en su tienda del barrio de
Malasaña anillaba penes con aros similares a los que paseaba en su belfo
y su ombligo. Y no dudaba en posar desnuda. Tenía morbo. Carne. Un buen
producto. Detrás había una persona.
Silke (previa eliminación del Hornillos)
nació en el invierno del 96 y desapareció en el verano de ese mismo
año. En ese tiempo encadenó tres películas (Tierra,
Hola, estás sola? Y Tengo
una casa) con papeles sin pena ni gloria. Tenía magnetismo,
descaro. Pero sus interpretaciones no eran nada del otro mundo. Escrúpulos
puristas. En esos seis meses se iba convirtiendo en el tótem al que
las adolescentes soñaban parecerse; los medios, entrevistar (y fotografiar),
y los realizadores, meter en sus repartos. Incluso fue un aceptable
cebo publicitario televisivo. Un mundo que le venia grande. Llegó el
eclipse.
"Nunca me creí lo que me estaba pasando. Fui
actriz por casualidad. Ocurrió y ocurrió. Pense que haría una película
y nada cambiaría. Y, de repente, antes de que se estrenara ninguno de
mis trabajos, yo ya había salido en todos los medios. Antes de que saliera
ninguna de mis películas y de que nadie siquiera las hubiera visto,
ya me paraban por la calle. Nunca pensé que me ocurriera esta historia.
Ni de broma. Todo vino muy rápido. Fue muy radical. Y yo era muy frágil;
muy cría".
Una
depresión. Y otra. Lágrimas sin cuento. Silke,
al borde del abismo de los juguetes rotos. Y la espantá. "El
primer bajonazo emocional de mi vida me cayó con la fama. En los últimos
años había sido tan, tan, tan feliz. Tan buen rollo, siempre sonriendo,
siempre positiva, podía con todo. ¡Qué paradoja! Cuando conseguí triunfar,
todo se desmoronó. No entendía nada. Me agobié. Me caí. Cuando has llevado
una vida tan independiente como la mía hasta entonces, es horrible salir
a la calle y que te conozca todo dios. Que sepan tus movimientos, novios,
si fumas porros o te gustan los tripis. Estás desnuda emocionalmente.
Fue muy duro. Y no sólo el proceso de cambio que experimentas tú por
una historia tan fuerte, sino el proceso de cambio que experimentan
los que están a tu alrededor. Incluso gente que conoces toda la vida
no se comporta igual. Ya no era yo: era algo que se había creado. Estaba
atascada, y toda mi gente estaba atascada en el concepto en que me había
convertido. Era un monstruo. Pensé dejar esto para siempre. Me fui".
De nuevo, la carretera. La mochila y la alergia a los hoteles. India,
Nepal, Tailandía, Japón. América Latina. Una película en Argentina.
Una hermana salvavidas. Amores nebulosos. "Marcharme
fue reencontrarme con la gente. Y conmigo misma". Tres años
y medio de invisibilidad la han resucitado. Con menos ingenuidad. Y
prepotencia. Dicen que la fama la cambió; que la emborrachó. Lo niega:
"No me cambió en el sentido de convertirme
en una diva. No me volví más tonta. Me repetía todos los días: a mí
no me va a afectar, a mí no me va a afectar... y me fui al otro extremo:
me veía como una mierda, en vez de pensar que era la bomba. Tenía verguenza
de que un minero tuviera que trabajar 12 horas en una cueva, y yo, sin
ningún mérito, hiciera un trabajo cómodo y que me pagaban de puta madre.
Y no entendía por que una niña llegaba temblando como una posesa a pedirme
un autógrafo. Me fui al polo opuesto".
-¿Hoy es consciente de cuál fue su fórmula
para triunfar?
-No sé. Quizá naturalidad a la hora de interpretar.
Yo creo que la cámara me quiere, que llego a la gente. Más que lo buena
actriz que haya sido, tal vez mi carisma o gustarle a la cámara.
-Y el físico.
-El físico es, desgraciadamente, un arma. Cuando
era pequeña, bueno, a los 18 años, ya me cogían de camarera porque tenía
un físico agraciado. Mi físico siempre ha sido una puta jodienda que,
gracias a Dios, me ha venido muy bien. Pero hay que controlarlo. He
conocido a actrices mayores que se han agarrado tanto al físico que
al final... es patético. Por eso hay que tener cuidado. Hay que intentar
que la belleza sea también algo interior. Ya no me da miedo que se me
caigan las tetas. Porque espero que algún día sea tan buena que no me
cojan por el físico. Pero es verdad que el motivo de que haya hecho
cine es en gran parte mi cuerpo.
Silke regresa con dos películas: un melodrama
suburbial, ¿Y tú qué harías por amor?
de Carlos Saura Medrano, y una comedia,
Kilómetro Cero, de Yolanda
García Serrano y José Luis lborra.
Las razones íntimas de la vuelta sólo ella las sabe. Y no alcanza a
explicarlas. Dice que no es por dinero. Ni por ego. Pero Silke
ya no es Silke 96. Su expresión es más
contenida. Menos espontánea. Se defiende: "No
creas que te miento; no interpreto, soy transparente". Palabras.
Silke se piensa las respuestas dos veces;
esconde su intimidad; no da pistas; recela; es amable, educada, pero
hay que emplear el sacacorchos.
Aún
es lo que el periodista Tom Wolfe definiría
como un "chico con tetas": muchas
curvas hechas con rectas reveladas al detalle por ajustadísimo tejido
elástico. Baile, parapente, jogging. Pecho abundante. Abdominales de
tabla de lavar; piernas largas, huesos finos. Del mapa de su cuerpo
ha desaparecido el mítico piercing (la seña de identidad de su reinado),
del que hoy sólo queda una mínima cicatriz bajo el labio. Y el desparpajo
adolescente. Se confiesa más escéptica. Menos suicida en sus decisiones.
Menos dispuesta a dejarse deslumbrar. Más dispuesta a la calidez del
amor que a las quemaduras de la pasión. O, lo que es lo mismo, se ha
hecho mayor. Y eso se refleja en su rostro.
Va tapada hasta la nariz y con gafas de sol en una mañana neblinosa.
Aún no se ha teñido de morena, como Cameron Díaz
o Gwyneth Paltrow, para pasar desapercíbida.
Cuando por fin se desemboza, surgen unos ojos oscuros, pequeñitos y
con la mirada incierta de los miopes (no lo es); cejas bien depiladas,
dientes bien alineados (de niña llevó aparato) y una carnal sombra de
bigote sobre una boca repleta de mohínes. Las manos, cuidadas/descuidadas
y en continuo movimiento. Muy delgada. En las raíces del pelo canela
surge su rubio ceniza original (un color del que ya ni se acuerda).
Habla con voz baja y sensual. Con buena dicción. Bebe té.
"El proyecto con Saura llega en un momento
en que me siento preparada y con ganas de volver. Y me lanzo. No, no
tengo miedo de que la historia se repita. La vida que llevo en Ibiza
está fuera de todo eso. Vivo lejos de Madrid, todo es más sencillo.
No tengo teléfono. Soy ama de casa. Diseño. Mis cositas. Mis amigos,
mis sobrinos. Hago yoga. Medito mientras friego los platos. Veo atardecer
desde la montaña. El cambio que viví fue demasiado brusco; demasiado
de la noche a la mañana. Ahora he aterrizado y ha aterrizado la gente
que me importa. Soy menos vulnerable".
No es una mujer fácil. Al final de la conversación reconoce que la interpretación
ha sido un bálsamo contra sus complejos amasados durante dos décadas;
la forma de romper sus heridas más íntimas. "Necesita
aceptación, hay una parte de mí que lo pide a gritos; que me acepte
la gente. Es mi punto de inseguridad". Hija de divorciados,
muy unida a su padre; muy, muy necesitada del amor de una madre ausente,
durante años, Silke Hornillos fue una niña
larguirucha, dentona, comediante e insegura, que odiaba su nombre (las
niñas en clase la llamaban Chicle),
sufría ataques de ansiedad y durante casi un año (entre los ocho y los
nueve) fue incapaz de engullir alimentos sólidos. La adolescencia provocó
el éxito físico. Y la adicción a la independencia y el nomadismo. A
los 17 años dejó su acomodada casa paterna. El universo cercano al paseo
de la Castellana. Fueron tres años trashumantes. De aprendizaje. Durante
un tiempo, aún conservaría la represión sexual adquirida de las monjas:
"Era muy típico en el colegio llamarte puta
porque te habían visto dándote un beso con un chico. Yo he tenido mucho
complejo de culpa sexual. Y soy de los que piensan que la represión
crea la perversión ......".
-Nunca tuvo problemas en desnudarse.
-Es que, para mí, las tetas son tetas y el
culo es culo. Y punto. No le doy más importancia. Y no comprendo el
morbo que despierta en la gente.
-¿No comprende que su cuerpo excite a la gente?
¿A usted no le pasa al ver un cuerpo atrayente?
-A mí lo que me excita es el coco, y no una
polla ¡asííííí!
Del pasado, lo que quieras. Al hablar del presente, pisa el freno. Su
discurso es una y otra vez la búsqueda de sí misma; la realización como
persona; vivir, exprimir, apurar hasta el final los segundos de cada
día. Todo con un tono de peregrinación teledirigida. Dice ser feliz
con poco. No necesitar dinero. Drúmbalo,
la marca de moda que ha creado con su hermana (y a la que da nombre
Drunvalo Melchizedek, un personaje
esotérico muy de su gusto), va viento en popa. "Y
ya nada será como antes; soy diferente. ¿Seguir en el cine? Si es un
proyecto interesante, si me apetece, me encuentro bien y tengo ganas
de trabajar y... otras muchas variables más, lo haré. Si no, no te lo
puedo asegurar".
Silke fue reina por seis meses. Un puente
entre los opulentos ochenta y los críticos noventa. Un perfil distinto
de mujer. Un estilo nuevo de vida. Cautivó. Desapareció. Vuelve. ¿Será
capaz la musa del 96 sin piercing de conquistar de nuevo al público?
¿Suscitará aún tórridas emociones? ¿Querrán las adolescentes del 2000
parecerse a ella? La respuesta, en pocas semanas.
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