Hay películas que dan vergüenza ajena, Almejas y Mejillones es una de ellas.
Es penoso ver la plata que se puede llegar a gastar en obras como ésta, que parecen condenadas al fracaso por su mediocridad, mientras jóvenes y talentosos directores locales sueñan con el 1% de lo gastado para completar sus filmes.

Pasada la primera desagradable impresión, y puestos a analizar la película, se puede especular que fallan dos cosas fundamentales. Primero: el casting, varios de los convocados dan lástima y otros apenas salen airosos.

Leticia Brédice es una de las mujeres más hermosas que ha dado el cine argentino, pero sólo alguien que la odia puede exponerla en un protagónico tan exigente. Su extrema belleza no logra ocultar sus dificultades para lograr hacer creíble su rol. Gran parte de la responsabilidad le cabe al director, que se enamora de su cuerpo desnudo y se olvida de hacerla actuar.

El resto del elenco, especialmente la parte española, parece en sintonía con la protagonista, ya que a duras penas pueden transmitir algo de lo que se proponen.Ver a actrices como Silke, balbuceando y a los besos con nuestra heroína local da lástima. Gasalla, al que curiosamente nadie se atreve a cuestionar, desarrolla un patético gay que no se aleja ni un segundo de sus olvidables trabajos televisivos.

El segundo gran error es haber creído que están haciendo la gran comedia de la historia del cine. El guión es de una obviedad tal que no permite presuponer ni un segundo de cinta. Las cosas pasan y hay veces que nos enteramos porque los personajes deben contarle dichas cosas al espectador para sellar los baches.

Existen personajes que aparecen y desaparecen sin dejar rastro y sin sentido alguno.
Y lo peor es que Almejas y Mejillones es una comedia que no causa ni una mísera sonrisa, solamente despierta el sentimiento de estar perdiendo el tiempo frente a la pantalla.

Si hay una película que es mejor no ver, es ésta.